- Hola, ¿Qué
tal? Quiero un jean como esos que tenés en vidriera.
- ¿Qué
talle?
- Como para mí.
Hijo de re mil
puta, si te digo que es para mí, no me traigas un 40. Yo no uso un 40 desde los
16 años (ese jean está en casa enmarcado en una pared con una frase al pie que
dice “Alguna vez entraste acá”).
Para mí los
vendedores tienen ciertos códigos de complicidad entre ellos. Así como cuando
llega alguien fachero los atiende la que está buena, cuando cae un gordo los
atiende el hijo de puta del lugar. Después se ríen todo lo que queda del día
de uno.
Y te ponen
en un apuro, porque no podés arrancar en un 40 y terminar en un 50, entonces
tenés que entrar al probador igual, hacer toda la simulación que te lo probás (aún
sabiendo que no te pasa las rodillas), salir con el jean en la mano y cara de
poker, porque el muy sorete te está esperando para preguntarte:
- ¿Y? ¿Cómo
te fue?
Lo mirás,
sabiendo que es a propósito, que su único objetivo es tu incomodidad y cagarse
de risa con el resto de los vendedores hasta que llegue el siguiente gordito, y
le respondes con mucha confianza:
- Bien,
bien, pero no me gustó la calidad. Chau, gracias.
Chupala.
Nota: Te haces el canchero ahora, pero los dos sabemos que durante muchos años fuiste el boludito que les dijo todo lo que ellos querían escuchar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario