lunes, 9 de septiembre de 2013

Historia de Taxi (no es la de Arjona).

Si hay una profesión solitaria en esta vida, es la de taxista. Está obligado a manejar solo todos los días esperando que un desconocido se siente en el asiento de atrás y le cante la intersección de dos calles. A eso sumale que la gente vive apurada, que prefiere ir mirando su celular antes de conversar con el chofer con lo cual, es como si continuara viajando solo.
No es mi caso. Si el taxista tiene ganas de conversar, le regalo el tiempo de mi viaje para que se saque las ganas.


A mí me tocó ir a cursar la noche de la despedida de Dito. Habíamos quedado con los pibes en juntarnos a cenar. Lau también cursaba conmigo, con lo cual lo más práctico era volver en taxi, dejarla en casa, y continuar hasta lo de Richard unas treinta cuadras más.
Lo paramos en Independencia y 9 de Julio y nos subimos.
El taxista, de unos sesenta años aproximadamente, iba escuchando música. Una voz conocida en un género que no era en el que estaba acostumbrado a escucharla. Pero la voz… la voz era la de él.

- Es Leo Mattioli – le digo a Lau.
- No, no es.
- Es Leo, amor.
- No, no es. Es parecido, pero no…
- Esperá, ya te confirmo.
- ¿Qué vas a hacer?

La negativa de Lau la sentí una apuesta fácil, una chance de ganar, así que…

- Señor, disculpe, una consulta ¿Es Leo no?

Levantó la vista, miró por el espejo retrovisor y …

- Si, por supuesto. El León.
- Gracias.

La miré a Lau con cara de superado, de ganador y cuando ella estaba a punto de cambiar de tema, una voz nos interrumpe del asiento de adelante.

- A Leo lo descubrí yo.

Dejé de mirarla a Lau y lo miré como si fuese uno de los tres reyes magos. No todos los días se viaja con el “descubridor” de Leo Mattioli o al menos, con alguien que tiene una buena historia para contar al respecto sobre el tema. Lau empezó a hablarme, pero ya no contaba con mi atención.

- ¿En serio? No me diga…

Le puse expresión de sorpresa, de “tiene su oportunidad y diez minutos para ser el centro de atención, aprovéchelos”.

- Si. Este CD que está sonando lo grabamos con él hace tres meses, es la cinta Master y me la regaló para que yo lo tuviese.

Lau agarró su celular y empezó a escribir. De repente suena el mío y me encuentro con un sms de ella: “Ni se te ocurra comprarle ese CD”.

- Y dígame, ¿Cómo lo conoció?
- Durante muchos años, yo fui el chofer personal de Pepe Gozalo, un representante muy conocido.
- Si si, lo conozco.
- Un día me pidió que lo lleve a Santa Fe, porque había una banda que él quería conocer, que los quería escuchar para traer a Buenos Aires.
- Trinidad…
- Ah, sabés pibe.

Lau se agarraba la cabeza y sufría.

- Bueno, entonces lo llevé y me pidió que lo acompañe a la prueba de sonido. Pepe siempre dijo que yo tengo muy buen oído. Llegamos al estudio, Trinidad empezó a tocar y ahí Pepe me pregunta qué me parecía. “La banda suena bien, pero el cantante… el cantante no va”. Y ahí me fui a fumar un pucho afuera.
- ¿Quién era el que cantaba?
- Ni idea. Un pobre pibe. Me senté en un banco en los pasillos del estudio, me prendí uno, y empecé a escuchar que alguien tarareaba y silbaba ahí cerca. Me paré y lo fui a buscar. Era un pibe grandote, gordo, que cantaba mientras barría los pasillos. Era Leo.

Yo no quería interrumpirlo. No sabía cuánto de ficción y cuánto de realidad había en la historia (tampoco me importaba), pero yo quería saber cómo seguía. Llegamos a casa a dejar a Lau, me da un beso y antes de bajar me dice:

- Ni se te ocurra comprarle ese CD.

Si supiese que años después compraríamos delfines, vacaciones por varios años, etc. no se hubiese preocupado por un CD trucho.

- Ahora vamos hasta Parque Centenario.

Asintió con la cabeza y siguió con lo importante…

- Te decía, lo veo a Leo ahí barriendo y le digo “¿Pibe, vos te animás a una prueba de sonido?”. El gordo sorprendido, con cara de buen pibe, me mira y me dice “Sí, yo quiero cantar”. Se lo llevé a Pepe, lo probamos y lo trajimos para Buenos Aires con Trinidad. “¿Ves por qué te traigo?” me decía Pepe.
- Que increíble. Si no fuese por su viaje a Santa Fé, vaya uno a saber dónde estaría Leo hoy (no hoy que estoy escribiendo porque sabemos todos donde está, en ese momento digo).
- Así es la vida pibe.

Otro mensaje en el celular de Lau: ¿Le compraste el CD no? ¿Cuánto te lo cobró?

- Déjeme acá. Está bien. ¿Cuánto le debo?
- Son veinticinco pesos.
- El CD, ¿lo vende?
- Mirá si te voy a vender un regalo que me hizo Leo. ¿A Rodrigo lo conocés?
- Por supuesto que lo conozco.
- Entonces otro día te cuento cómo lo conocí a él.

Y ahí me bajé. El siguió con el CD puesto y Leo sonando de fondo. Seguramente cuando arrancó, lo sacó, lo guardó en la guantera y puso uno de Rodrigo para el próximo cliente.

Quién te dice, capaz que también pica y le regala otros quince minutos para que sea el protagonista.

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