Hay algo fascinante en el mundo de los embarazados que
separan a los futuros padres de aquellos que todavía no lo son: El curso de pre
parto.
En ocho clases de dos horas cada una nos enseñan cómo
armar un bolso, cómo respirar, cómo ser un buen padre y alguna cosa más. De
esas ocho, hay tres obligatorias para los papás.
La primera de ellas, es con un anestesista. Lo primero
que pensé es que nos iban a contar qué pensaban hacer con los padres que
presenciemos el parto si nos desmayamos. No sé, imagine que nos iban a contar
que nos iban a dar ansiolíticos, anestésicos y si la situación lo amerita,
algún agente paralizante. Todos, por supuesto, administrado por vía
intravenosa. Que nos iban a llevar a una sala de terapia intermedia para que
nos recuperemos y que después nos iban a traer al bebe para que lo
conociéramos. La propuesta me sonaba más que interesante y por supuesto, como
debe ser, asistí. Fueron treinta y cinco minutos hablando de la PE-RI-DU-RAL.
No sólo aburrido, sino que también innecesario. Estás hablando del cuerpo de la
madre, no del padre. ¿Con qué potestad vamos a decidir nosotros lo que es mejor
para ella? Nos dan a elegir el color de un vestido y siempre elegimos el
incorrecto, mirá si nos van a dejar opinar sobre la cantidad de dolor que
quieren sentir.
La clase número dos, fue el viernes 20 de junio.
Feriado. Día gris en Buenos Aires. Imaginate que si no fuiste a laburar, menos
ibas a salir a escuchar al neonatólogo, más sabiendo que se podía recuperar la
clase.
Y la tercera clase que coincidía con la última del
curso, fue una hija de putez total. Esa clase coincidió en día y horario con el
partido de Brasil y Colombia por los cuartos de final del Mundial. Y no de
cualquier mundial. Del mejor de la historia. Yo no sé si lo hicieron a
propósito, si era una prueba, pero yo deje clarito que no iba a asistir al
curso y enarbolé la bandera de los hombres del mundo indicando que “todos
íbamos a estar mirando ese partido”. Ese día descubrí que existen treinta y
nueve hombres en este país que jamás, JAMÁS serán amigos míos. Treinta y nueve
futuros padres que no tienen códigos, que sí fueron al curso y que me hicieron
sentir un hijo de puta cuando llegó el whatsapp que decía:
-
Vinieron todos. El único que falta
sos vos.
Lo bueno de una relación de tantos años, es que uno
conoce las debilidades del otro y lo enfermito que puede ser para determinadas
cosas. La mía sin lugar a dudas es lo pasional que soy para el futbol y Lau lo
entiende así. Esto no quita que tuve los reproches merecidos y correspondientes
a la situación, pero lo solucioné comprometiéndome a recuperar la clase número
dos, la del neonatólogo.
Y ahí fuimos el lunes siguiente a escuchar a un pediatra
que se notaba por lejos que tenía aceitadísimo el monólogo para padres
primerizos. Nos divertimos cuarenta minutos y nos recibimos de “futuros
padres”. Menos mal que no toman lista, sino me hubiese quedado libre.
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