La verdad es que el embarazo lo llevamos diez puntos.
Lau engordó y yo también. No tuvo dolores, no tuvo grandes cambios de humores y
tuvo apenas dos antojos en todo el embarazo. El primero de ellos, fue un día de
semana como cualquier otro. Volví del laburo con un dolor de cabeza terrible y
me tiré a dormir. Tipo nueve de la noche me despierta Lau:
-
Tengo un antojo.
Y entre el sueño, el dolor de cabeza que no se terminaba
de ir y el desafío del primer antojo, pensé lo peor. Imaginé que podía pedirme
frutillas silvestres de la Cordillera de los Andes, pez espada del Mar Rojo o
una ensalada de Zanahoria y apio.
Gracias a Dios, lo que viene a continuación fue el ADN
natural que el destino me enviaba para comprobar que Cata es hija mía.
-
¿Antojo de qué?
- Pollo al espiedo con papas fritas.
Y el Señor Todopoderoso es sabio para estas cosas, porque
me puso una rotisería en la otra cuadra. Me cambié más rápido que un bombero y
salí en busca del elixir de la vida.
Al segundo antojo ya no se le da la misma bola que al
primero. Te empezas a sentir estafado.
- Quiero sanguchitos en figacitas de
manteca.
- Ok, en un rato voy.
Y el Señor sigue siendo Todopoderoso pero no abucemos.
Si yo bajo a comprar figacitas de manteca a las nueve y media de la noche al almacén
de al lado, puede que no haya. Y ahí arranca una discusión interna entre la
superstición y la culpa.
- Ya fue, comprá pan lactal, no pasa
nada. – Te dice la parte no creyente de tu cerebro.
- ¿Y si sale con cara de figacita? –
Te retruca la culpa.
Gracias Ari por volver a escribir como te pedi allá por Abril :-)
ResponderEliminarNunca pensaste en hacer un libro? Se te da natural esto eh...si lo sacas yo lo compro :-)
Abrazo