Juguemos a algo. Elegilo vos, me da lo mismo. Pero juguemos. Necesito
competir. Necesito saber que te puedo ganar, pero más aún, necesito saber que no
tengo chances de perder.
Si hay algo que detesto más que a las ensaladas, es perder a algo.
Lo odio. No sé perder y es lo que hago la mayoría del tiempo. De
verdad, no soy bueno perdiendo, y eso que ya debería haberle agarrado la mano.
Las primeras derrotas son educativas. Las acepto, las analizo y hago
todo lo que esté a mi alcance para revertirlo. Se encaran todos los desafíos
con mentalidad ganadora. Soy de los que entran a una cancha convencido de que
si Messi se parase enfrente “a mí no me pasa”. Seguramente no lo haga… una o
dos veces, sino como autopista por donde yo quede parado, pero no importa. Me
volveré a sentir perdedor, me obligaré a superarme, y volveré a enfrentarlo.
Pero cuando las derrotas se empiezan a volver rutina, cuando no le
encuentro la vuelta, cuando me empiezo a quedar sin oportunidades, me resigno, me
frustro, me caliento, y por sobre todo, me dan ganas de partirle una silla en
la cabeza al que me ganó. No lo banco.
Igual aclaremos algo: No nací ganador eh. No es que no me gusta perder
porque toda la vida fui un ganador nato. Creo que la única medalla que me
colgué en mi vida fue la de mejor compañero en 5to año con SEIS VOTOS (decisión
atomizada, codo a codo). Después segundón para ajoba siempre.
Pero no me resigno, ya le voy a encontrar la vuelta. Necesito sentir
todo el tiempo el desafío. No puedo bajar la guardia. En algún momento se tiene
que dar vuelta esta racha o voy a terminar en cana por matar a alguien.
No hay comentarios:
Publicar un comentario