viernes, 23 de agosto de 2013

Psicología infantil

Una de las personas que más me marcó en la vida fue mi viejo. Desde muy chico me dió tres enseñanzas básicas que me sirvieron hasta el día de hoy.
Habrá habido algún correctivo también siendo 2 hermanos y una hermana, pero las que más me llegaron fueron en las que utilizó la psicología...

Una de ellas fue una tarde como cualquier otra en la que no debía tener más de doce o trece años. Debían ser aproximadamente las cinco de la tarde porque era la hora en la que el llegaba del laburo.
La escena transcurría en el comedor de casa. Yo corriendo a mi hermano alrededor de la mesa y mi viejo entrando por la puerta. No eramos boludos. Siempre era preferible quedarse con la bronca de un golpe no dado a recibir un correctivo de papá.
En el instante que se abrió la puerta, quedamos congelados mi hermano y yo a solo un par de centimetros de distancia (ya lo tenía). Mi viejo nos mira y ...

- ¿Que paso?
- Matias me pegó.
- ¿Matias, es verdad?
- Si pero Ariel...
- Ariel tenés un solo golpe. YA, YA, YA o lo perdes.

Y ahí se la di. A puño cerrado, sin pensar, seco en el estomago. Matias por supuesto comenzó a llorar, mi viejo cerró la puerta y con mucha tranquilidad lo miró a mi hermano y casi biblicamente le dijo "Todo acto tiene su consecuencia, agradece que fue solo una piña".

La ultima se dió un año después. Jugabamos al futbol todos los fines de semana en el Club y competíamos en la Liga de Lanus. Yo atajaba (y si gordo, la gambeta nunca fue tu fuerte). Me acuerdo que jugabamos contra el equipo que venía primero, de local. Nosotros segundos.

En la ida habíamos perdido 9 a 1 y como yo conocía el potencial del equipo rival había decidido no jugar acusando un dolor de panza que nunca existió. Flor de cagón. Y mi viejo lo sabía, no me lo dijo, pero lo sabía. Cada gol que le hacían a Facu (el otro arquero) mi viejo me miraba con cara de odio por haberme escondido y no dar la cara por mi equipo.

Una ronda después, venían a nuestra cancha y yo sabía de antemano que ninguna excusa me iba a hacer zafar de ser el "1" de mi equipo.
Jamás, pero jamás atajaste tan bien como ese día. Sacaste pelotas que en tu vida creias que podías alcanzar. Ibamos 3-3 pero nos recontra cagaban a pelotazos y vos respondías. La cancha se venía abajo de la gente que había. De golpe un tiro libre frontal, todos adentro de mi area, pelota llovida, salgo a despejar de un puñetazo pero me anticipan, la peinan y entra. 3-4.

Recuerdo haber levantado la vista y ver a mi viejo en el extremo opuesto de la cancha que comienza a caminar lentamente por el borde de la cancha hacia donde yo estaba. Algo iba a pasar. Yo lo sabía. Se acerco hasta uno de los palos del arco que yo defendía y en voz baja pero en tono enojado me dijo:

- El area es tuya. Gritá la concha de tu madre y sino reventale la cabeza de un puñetazo a uno. Y si ahora llegas a llorar no jugás nunca más. No seas cagón.

Ese día aprendí a manejar la presión. El partido lo perdimos 3-4 y seguí sacando pelotas por todos lados. No largué ni una lágrima. Me moría de ganas y no lo hice. Hoy podés tirarme adelante el quilombo más grande del mundo y yo lo manejo, yo lo saco adelante.

Pero la más gloriosa de todas, la que más me marcó fue la primera, con apenas siete u ocho años. Estabamos peleando con mi hermano "por la Barbie de mi hermana" (con un hermano, cualquier motivo es bueno para terminar a las piñas). Fue ahí cuando mi viejo nos dijo:

- ¿Quieren jugar con muñecas? No hay ningun problema. Pero se van a vestir de nenas.

Tensión.

Fue a la pieza de mi hermana y volvió con 4 colitas para el pelo, una pollera, un enterito, una remera de Kitty, otra remera rosa y zapatillas de nena.
En medio de llantos y forsejeos nos vistió a los dos de nenas y nos sacó a la calle (a lo que sería el jardin antes de la reja, no a la calle posta).

- Muestrenle a la gente que ustedes son nenas y juegan con muñecas.

Lo que habrá durado 3 minutos para mi fue una vida entera. Nos escondiamos detrás de lo que podíamos para que no nos viera absolutamente nadie. Vergüenza total.
Nunca más volví a tocar una Barbie (de hecho, las odio). Y con el tiempo aprendí que gracias a eso, jamás me comería un traba.

Gracias viejo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario